-A lo lejos, en una esquina, vi unas cuerdas y algunos instrumentos que me motivaron para realizar algo que a día de hoy me parecía una locura.
Quise probar el “bondage” y el “BDSM”. Realmente no era consciente de lo que hacía, el sexo hablaba por mí.
Un hombre cercano al material sadomasoquista parecía interesado y le ordené que se acercara hacia mí y me atara.
Me ató las manos y los pies, me rodeó la cintura y me apretó cuerdas en los pechos, glúteos y muslos. Una cuerda se me metía entre los labios de la vagina y me provocaba un dolor placentero.
El muchacho aseguró que al vendarme los ojos centraría toda mi atención en las partes del cuerpo intervenidas, y lo hizo.
Me colocó un collar similar al de un perro y me tiraba de él. Le dije que hiciera conmigo lo que quisiera, que era suya. Mi actitud era sumisa.
El caballero me colocó unas pinzas con pesa en cada uno de los pezones; la fuerza que ejercían estos elementos hacia abajo hizo que se me escapara una especie de grito insonoro.
Todo esto me provocaba mucho dolor, pero a su vez, hacía que me sintiera más viva. Estaba inmovilizada, esclavizada y dolorida, y estaba más excitada que una perra en celo.
No sé cuanto tiempo llevaba así, cada segundo pasaba de forma más intensa, cinco minutos parecían cuarenta.
Mientras el chico acercaba una vela a mi cuerpo pensé en la siguiente locura sexual que quería realizar. Ya nada me detiene…
Sigue en el capítulo 6.